Estaba invitada a otro baby shower, esta vez era Lucía quien felizmente había aceptado ser fecundada, como la mayoría de las mujeres de mi edad.
Fue fácil elegir un regalo por que era para un recién nacido. Ella había elegido no saber el sexo del bebé para que fuera sorpresa, pero su esposo, Mariano, no se aguantó y nos dijo que esperaban un varón. Compré un mameluquito azul con unos perritos. La última vez que había comprado ropa para niño, fue para el cumpleaños de Laurita la hija de Elena, de hecho tuve que llamar a la mamá para saber que talla usaba la niña por que con mi poca experiencia todo me parecía del mismo tamaño.
Me sorprendió que me hubieran invitado, por que últimamente había sentido que me relegaban un poco. Me enteré que “mis amigas”, hacían reuniones para rezar el rosario y mientras tanto ponerse al corriente de lo que pasaba con cada quien. A la hora de hacer sus peticiones al Santo Cristo y la Virgencita, salía la sopa. “Por favor Señor de las Alturas, permite que mi hermano y mi cuñada arreglen sus problemas”, “Te quiero pedir Señor que me ayudes a perdonar a aquellos que me hacen daño”, “Señor, te quiero agradecer todos tus favores, te quiero pedir que me ayudes a darle a mi esposo el hijo que tanto deseamos”.
En la siguiente reunión, se enteraron que por fin el hermano se había largado con su compañera de trabajo y que a la cuñada la habían abandonado con un mes de embarazo. No se sorprendieron de la ausencia de una de ellas que bien había entendido la indirecta directa de aquella que pidió, ayúdame a perdonar a la víbora que esta hablando tras mi espalda. Todas felicitaron a Lucía por su embarazo.
Pensé, “pues que delicadas, la neta es que no aguantan nada”, cuando en una fiesta, hablaban de la nobleza y generosidad de Su Santidad Juan Pablo Segundo, se me ocurrió contarles el chiste de que a mi prima le decían Su Santidad, por que tenía cuerpo de papa. El hecho de que nadie se rió, me dejó claro que no les gustó el chiste.
Silvia, la líder del grupo me llamó para recordarme cocinar algo, llevar el regalo y estar puntual en su casa a las 5, por que estaban preparando que la fiesta fuera sorpresa. Hice un mole Doña María, la verdad es que no quería hacerlas sentir mal con mi talento para la cocina. Llegué con la lengua de fuera a las 4:55 pm, por que me había distraído y cuando miré el reloj ya eran las 4:30 pm. Llegué despeinada, sin maquillar y con el regalo sin envolver, le pedí a Silvia que me prestara cinta adhesiva, una tarjetita y un moño, que por supuesto ella previniendo, había comprado extras por si algo como esto sucedía.
Se escondieron atrás de los muebles para sorprender a Lucía. Aunque ya había terminado de envolver el regalo, que más que regalo parecía un tamal mal envuelto, había decidido esperar en el cuarto, por que eso de gritar: ¡sorpresa! no iba con mi personalidad. Silvia sin embargo, me fue a buscar y me dijo: “que bueno que ya terminaste, ya esta por llegar Lucía”. Me miró de arriba abajo con desilusión, por que pensó que llevaba ropa para cambiarme, se dio cuenta que lo que vestía era mi atuendo de fiesta. Era la única que vestía jeans, y el pelo en una trenza, las demás habían ido juntas al salón para que las arreglaran, la mayoría llevaba vestidos o pantalones capri.
Yo me escondí en la cocina, aproveché para darle el visto bueno a los canapés, no había comido nada en el día. Esperabamos en silencio, mis tripas sonaban y hacían eco en la cocina. Lucía subía las escaleras por que el elevador se había descompuesto, podíamos oír sus jadeos desde adentro, tardo una eternidad en llegar.
Silvia abrió la puerta, y todas excepto yo gritaron: ¡Sorpresa!, Lucía del susto gritó, como si hubiera visto al diablo, fue tanta la conmoción que se puso pálida y casi se nos desmaya del esfuerzo de las escaleras y del susto, tres de las concurrentes corrieron en su ayuda y la sentaron, Silvia corrió al baño por el alcohol, pero yo llegué primero con mi copa de vino para que la oliera, era alcohol también, ¿no?, se me quedaron viendo feo ante la evidencia de que ya había abierto el vino.
Lucía poco a poco se repuso, nos dio su mejor cara para hacernos sentir bien, aunque se le veía que se las estaba llevando el carajo, sinceramente no entendí bien, ¿por qué?. Había comida, bebida, estaban las amigas, y podía hablar durante toda la tarde sobre sus mareos, vómitos, sangrados, y ultrasonidos.
Yo pasaba de un grupo a otro, era difícil ser bióloga marina, especializada en arrecifes, cuando se trata de hablar de pañales, yo interrumpía de vez en cuando para dar referencias, aunque no eran muy bien aceptadas, creo que no les parecía ser comparadas con los peces hembra y sus hábitos.
Parecía cliché, pero sí hablaban de cuan caros estaban los jitomates en ciertos supermercados, yo no tenía mucho que aportar a la plática, no por arrogancia, si no por que yo compraba los jitomates de una amiga mía que los cultivaba en su propiedad, eran orgánicos y estaban buenísimos.
El otro grupo se la pasaba en el chisme, que si quién con quién y cómo. Una aportaba detalles a la historia de la otra. “No mana, no es cierto, ¿sabes por qué?, por que yo ví el carro estacionado a esa hora, ahí estaba”.
Al tercer grupo ni me acerqué, parecía que su única misión en la vida era convencerme de las virtudes de ser madre. Me recordaban cada cinco minutos que una como mujer no se vuelve más joven, y que el ser madre era el paso correcto para convertirse en una mujer completa y feliz. Esquivé este grupo con el pretexto de ir al baño.
La cuñada abandonada asistió a la reunión con todo y sus ocho meses de embarazo, no se podía ver con la hermana del marido, pero aún así fue. Me la encontré en la fila para el baño. Me pidió que la dejara pasar primero, aunque me estaba literalmente haciendo pipi, la dejé pasar, por que me puso cara de embarazada.
A cierta hora llegaron los maridos, Mariano con los demás. Mi novio, compañero, amante, o concubino, no sé como se referían a Victor, llegó después, por que se quedó ayudando a un amigo a arreglar su carro.
Silvia lo tenía todo planeado y jugamos los mismos juegos que jugamos para los anteriores baby showers.
En los juegos de habilidad física si se la pelaron conmigo, en los de hacer cosas con listones y mariconadas, ahí si me ganaron. Los hombres participaron en echarle porras a sus respectivas y a terminarse las pocas cervezas que habían en el refri de Silvia.
Se terminaron los juegos y Lucía notó la ausencia de su marido, sin decir nada, se levantó, lo buscaba por todo lado, fue a la cocina, a la terraza, de pasada fue al baño, y la gente la detenía de vez en cuando para tocarle la panza y decirle lo grande que estaba. No le dijo nada a nadie, siguió su discreta búsqueda.
El único lugar que faltaba era la habitación de Silvia, ya se había asomado por la ventana para buscar en el estacionamiento. Le daba pena abrir la puerta de la habitación, pero lo tenía que hacer, sin que nadie la notará abrió despacio la puerta.
En la sala escuchamos:
- ¡Mariano, que significa esto!
Nos quedamos como pasmados ante el tono de la voz de Lucía.
La vimos venir tambaleando por el pasillo, se apoyaba con los brazos en las paredes, los que estaban en el sillón se levantaron para darle lugar, se nos ahogaba, le faltaba el aire.
Mariano salió del cuarto seguido por la cuñada abandonada con sus ocho meses de embarazo.
Lucía se nos desmayaba, cuando vio a Mariano trató de levantarse e írsele encima, del esfuerzo se le rompió la fuente, había agua por todas partes. Victor y yo mirábamos todo como si fuese una película.
Entre la gritería y la corredera, Victor salió al rescate; siempre es útil estar involucrada con un veterinario. Cuantas veces había ayudado a las pobres vaquitas a tener a sus crías, ¿que diferencia podía haber?. Así que Victor paró el pánico y mandó a traer toallas y agua caliente. En las clases de yoga me habían enseñado la importancia de la respiración, me puse al lado de Lucía y la animaba a respirar. Abfuuuu, Abfuuuuu, fuuuu, fuuuu, Victor gritaba: ¡Puja, puja!, ¡espérate, no pujes!, ¡Puja, puja!.
Todos los demás estaban alrededor con la boca abierta.
Oímos el llanto del bebé, había nacido de siete meses, parecía una ratita, la pobrecita criatura, que al final había resultado ser una niña, para la desilusión del papá.
Fabiola.
Julio de 2004.