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Saturday, July 31, 2004

Baby Shower

Estaba invitada a otro baby shower, esta vez era Lucía quien felizmente había aceptado ser fecundada, como la mayoría de las mujeres de mi edad.

Fue fácil elegir un regalo por que era para un recién nacido. Ella había elegido no saber el sexo del bebé para que fuera sorpresa, pero su esposo, Mariano, no se aguantó y nos dijo que esperaban un varón. Compré un mameluquito azul con unos perritos. La última vez que había comprado ropa para niño, fue para el cumpleaños de Laurita la hija de Elena, de hecho tuve que llamar a la mamá para saber que talla usaba la niña por que con mi poca experiencia todo me parecía del mismo tamaño.

Me sorprendió que me hubieran invitado, por que últimamente había sentido que me relegaban un poco. Me enteré que “mis amigas”, hacían reuniones para rezar el rosario y mientras tanto ponerse al corriente de lo que pasaba con cada quien. A la hora de hacer sus peticiones al Santo Cristo y la Virgencita, salía la sopa. “Por favor Señor de las Alturas, permite que mi hermano y mi cuñada arreglen sus problemas”, “Te quiero pedir Señor que me ayudes a perdonar a aquellos que me hacen daño”, “Señor, te quiero agradecer todos tus favores, te quiero pedir que me ayudes a darle a mi esposo el hijo que tanto deseamos”.

En la siguiente reunión, se enteraron que por fin el hermano se había largado con su compañera de trabajo y que a la cuñada la habían abandonado con un mes de embarazo. No se sorprendieron de la ausencia de una de ellas que bien había entendido la indirecta directa de aquella que pidió, ayúdame a perdonar a la víbora que esta hablando tras mi espalda. Todas felicitaron a Lucía por su embarazo.

Pensé, “pues que delicadas, la neta es que no aguantan nada”, cuando en una fiesta, hablaban de la nobleza y generosidad de Su Santidad Juan Pablo Segundo, se me ocurrió contarles el chiste de que a mi prima le decían Su Santidad, por que tenía cuerpo de papa. El hecho de que nadie se rió, me dejó claro que no les gustó el chiste.

Silvia, la líder del grupo me llamó para recordarme cocinar algo, llevar el regalo y estar puntual en su casa a las 5, por que estaban preparando que la fiesta fuera sorpresa. Hice un mole Doña María, la verdad es que no quería hacerlas sentir mal con mi talento para la cocina. Llegué con la lengua de fuera a las 4:55 pm, por que me había distraído y cuando miré el reloj ya eran las 4:30 pm. Llegué despeinada, sin maquillar y con el regalo sin envolver, le pedí a Silvia que me prestara cinta adhesiva, una tarjetita y un moño, que por supuesto ella previniendo, había comprado extras por si algo como esto sucedía.

Se escondieron atrás de los muebles para sorprender a Lucía. Aunque ya había terminado de envolver el regalo, que más que regalo parecía un tamal mal envuelto, había decidido esperar en el cuarto, por que eso de gritar: ¡sorpresa! no iba con mi personalidad. Silvia sin embargo, me fue a buscar y me dijo: “que bueno que ya terminaste, ya esta por llegar Lucía”. Me miró de arriba abajo con desilusión, por que pensó que llevaba ropa para cambiarme, se dio cuenta que lo que vestía era mi atuendo de fiesta. Era la única que vestía jeans, y el pelo en una trenza, las demás habían ido juntas al salón para que las arreglaran, la mayoría llevaba vestidos o pantalones capri.

Yo me escondí en la cocina, aproveché para darle el visto bueno a los canapés, no había comido nada en el día. Esperabamos en silencio, mis tripas sonaban y hacían eco en la cocina. Lucía subía las escaleras por que el elevador se había descompuesto, podíamos oír sus jadeos desde adentro, tardo una eternidad en llegar.

Silvia abrió la puerta, y todas excepto yo gritaron: ¡Sorpresa!, Lucía del susto gritó, como si hubiera visto al diablo, fue tanta la conmoción que se puso pálida y casi se nos desmaya del esfuerzo de las escaleras y del susto, tres de las concurrentes corrieron en su ayuda y la sentaron, Silvia corrió al baño por el alcohol, pero yo llegué primero con mi copa de vino para que la oliera, era alcohol también, ¿no?, se me quedaron viendo feo ante la evidencia de que ya había abierto el vino.

Lucía poco a poco se repuso, nos dio su mejor cara para hacernos sentir bien, aunque se le veía que se las estaba llevando el carajo, sinceramente no entendí bien, ¿por qué?. Había comida, bebida, estaban las amigas, y podía hablar durante toda la tarde sobre sus mareos, vómitos, sangrados, y ultrasonidos.

Yo pasaba de un grupo a otro, era difícil ser bióloga marina, especializada en arrecifes, cuando se trata de hablar de pañales, yo interrumpía de vez en cuando para dar referencias, aunque no eran muy bien aceptadas, creo que no les parecía ser comparadas con los peces hembra y sus hábitos.

Parecía cliché, pero sí hablaban de cuan caros estaban los jitomates en ciertos supermercados, yo no tenía mucho que aportar a la plática, no por arrogancia, si no por que yo compraba los jitomates de una amiga mía que los cultivaba en su propiedad, eran orgánicos y estaban buenísimos.

El otro grupo se la pasaba en el chisme, que si quién con quién y cómo. Una aportaba detalles a la historia de la otra. “No mana, no es cierto, ¿sabes por qué?, por que yo ví el carro estacionado a esa hora, ahí estaba”.

Al tercer grupo ni me acerqué, parecía que su única misión en la vida era convencerme de las virtudes de ser madre. Me recordaban cada cinco minutos que una como mujer no se vuelve más joven, y que el ser madre era el paso correcto para convertirse en una mujer completa y feliz. Esquivé este grupo con el pretexto de ir al baño.

La cuñada abandonada asistió a la reunión con todo y sus ocho meses de embarazo, no se podía ver con la hermana del marido, pero aún así fue. Me la encontré en la fila para el baño. Me pidió que la dejara pasar primero, aunque me estaba literalmente haciendo pipi, la dejé pasar, por que me puso cara de embarazada.

A cierta hora llegaron los maridos, Mariano con los demás. Mi novio, compañero, amante, o concubino, no sé como se referían a Victor, llegó después, por que se quedó ayudando a un amigo a arreglar su carro.

Silvia lo tenía todo planeado y jugamos los mismos juegos que jugamos para los anteriores baby showers.

En los juegos de habilidad física si se la pelaron conmigo, en los de hacer cosas con listones y mariconadas, ahí si me ganaron. Los hombres participaron en echarle porras a sus respectivas y a terminarse las pocas cervezas que habían en el refri de Silvia.

Se terminaron los juegos y Lucía notó la ausencia de su marido, sin decir nada, se levantó, lo buscaba por todo lado, fue a la cocina, a la terraza, de pasada fue al baño, y la gente la detenía de vez en cuando para tocarle la panza y decirle lo grande que estaba. No le dijo nada a nadie, siguió su discreta búsqueda.

El único lugar que faltaba era la habitación de Silvia, ya se había asomado por la ventana para buscar en el estacionamiento. Le daba pena abrir la puerta de la habitación, pero lo tenía que hacer, sin que nadie la notará abrió despacio la puerta.

En la sala escuchamos:

- ¡Mariano, que significa esto!

Nos quedamos como pasmados ante el tono de la voz de Lucía.

La vimos venir tambaleando por el pasillo, se apoyaba con los brazos en las paredes, los que estaban en el sillón se levantaron para darle lugar, se nos ahogaba, le faltaba el aire.

Mariano salió del cuarto seguido por la cuñada abandonada con sus ocho meses de embarazo.

Lucía se nos desmayaba, cuando vio a Mariano trató de levantarse e írsele encima, del esfuerzo se le rompió la fuente, había agua por todas partes. Victor y yo mirábamos todo como si fuese una película.

Entre la gritería y la corredera, Victor salió al rescate; siempre es útil estar involucrada con un veterinario. Cuantas veces había ayudado a las pobres vaquitas a tener a sus crías, ¿que diferencia podía haber?. Así que Victor paró el pánico y mandó a traer toallas y agua caliente. En las clases de yoga me habían enseñado la importancia de la respiración, me puse al lado de Lucía y la animaba a respirar. Abfuuuu, Abfuuuuu, fuuuu, fuuuu, Victor gritaba: ¡Puja, puja!, ¡espérate, no pujes!, ¡Puja, puja!.

Todos los demás estaban alrededor con la boca abierta.

Oímos el llanto del bebé, había nacido de siete meses, parecía una ratita, la pobrecita criatura, que al final había resultado ser una niña, para la desilusión del papá.

Fabiola.

Julio de 2004.

Tuesday, July 06, 2004

Hotel Paradise

El sol los despertó en la cara, eran las 8 de la mañana y por fin habían llegado. Bajaron del camión, y sin maleta se dirigían a la casa. Por las calles la gente los miraba, llegaron a un portón, tocaron y esperaron a que les abrieran.

Él miraba a los perros en la calle, le llamaban la atención. Todas las casas estaban juntas, cada una con un color diferente. Había mucho ruido, los vendedores, la gente que se saludaba de una esquina a otra, las camionetas en las estrechas calles.


- Doña Venus, le quería pedir un favor.

Doña Venus siguió doblando sábanas sin ver a Sara.

- Le quería pedir este sábado libre.
- Sara, ya sabes como es esto. No días libres en fines de semana, es cuando tenemos más gente.
- Pero, Doña Venus es importante. Caridad me dijo que podía venir en mi lugar.
- No, imposible. Este sábado es de Caridad.
- Pero a ella no le importa venir, al contrario mejor para ella.
- Sara, déjame terminar esto, ya vete a terminar tus cuartos.



Sara tenía menos de un mes en Estados Unidos, por una amiga de la Iglesia supo de Doña Venus, quien trabajaba en el Hotel Paradise. “No necesitas papeles, varias de la Iglesia han trabajado con ella”.

El Lunes a primera hora Sara estaba en el hotel preguntando por Doña Venus. El empleado de la recepción no le entendió a Sara, pero era obvio a lo que iba, llamó por el Walkie Talkie a Doña Venus.


Oyeron que alguien del otro lado abría el cerrojo. Con cara de sorpresa y sin saber muy bien que decir la mamá de Sara abrazó a su hija. “Sarita, ¿qué haces aquí m´ja?. Sara sin contestar le dijo a su mamá. “Mire ma, este es Mike”. Mike muy amable extendió su mano y con su mejor español le dijo: -Mucho gusto, señora. La señora nunca perdió la compostura, ofreció al gringo un vaso de agua de piña y lo dejó sentado en la sala, mientras jalaba a Sara al cuarto.

Bajita, regordeta y paranoica apareció Doña Venus, sin verla a los ojos, le dijo: -sígueme. Dos preguntas y dos respuestas. El martes Sara vestía el uniforme de limpieza.

- Hoy vas a trabajar conmigo niña. Yo hago las camas y tú haces los baños.

Doña Venus enseñó a Sara como doblar las toallas, cómo limpiar el piso del baño, prácticamente había que ponerse de rodillas, la supervisora de limpieza era hija de nazis, revisaba los cuartos con guantes blancos y llevaba una regla para medir los lados de las camas.


Había terminado el primer día y Sara no podía creer que había limpiado 15 baños. Checó su tarjeta y se fue, las demás empleadas ya habían terminado.

- ¡Sara, por amor de Dios que estas pensando hija!, tu papá te va a matar cuando te vea aquí con un gringo.
- Mamá, ayúdeme usted, la verdad es que no se como le voy a decir a mi papá.
- ¡Pero Sara, en que enredos me metes a mí!, Tu papá se va a enojar muchísimo cuando vea a ese señor en la sala.
- Ándele mamá, usted es la única que me puede ayudar.
- ¿Hija no entiendo que haces aquí, por que te regresaste, por que trajiste a ese señor contigo?

El miércoles Sara llegó 15 minutos antes de las 8. Tomó su tarjeta para checarla, cuando le cayó encima Doña Venus.

- Las tarjetas no se checan hasta las 8 en punto.
- Perdón, no sabía.


Ponía sábanas y toallas limpias en el carrito. Conoció a Caridad, le decían “balcera”, y a Martina, otra mexicana. Los nombres de los demás empleados los olvidó inmediatamente, ya era hora de trabajar. Una tras otra checaron sus tarjetas y empujaron sus carritos.

Para el jueves Sara ya tenía su propio carrito y su lista con 18 cuartos para limpiar. El tiempo se pasaba rápido, la supervisora no hablaba español, pero se comunicaba bien con las miradas. Pasaba por los pasillos para ver que estaban haciendo las recamareras y cerciorarse que no encendieran la televisión. Habían habido quejas de los huéspedes, por que habían encontrado su televisión puesta en el canal latino.

La supervisora entró en uno de los cuartos a Sara. Señalándola con el dedo le dijo:

- Tú muy lento, más rá pi ro, 20 minutes per room. OK.
- ¿Perdón?
- 20 minutes per room, no more time.

Se fue.

Martina trabajaba en el mismo piso, se acercó a Sara y le dijo:

- ¿Qué te dijo la vieja?
- No sé. Algo como de tuenti minut.
- Ahhh sí, es que quieren que les hagamos los cuartos en 20 minutos.
- No quieren pagar más de 7 horas diarias
- Pero son un chingo de cuartos y somos sólo 4.
- Pus, ya ves estos pinches gringos.

Sara salía exhausta del trabajo a las 3 PM, llegaba a dormir, su prima trabajaba en un supermercado. Se levantaba como a las 5PM para preparar algo de comer y esperar a la prima.

Balcera era muy rápida, era la favorita. Tenía casi un año de trabajar en el hotel. Por eso de vez en cuando podía gozar de un sábado. A Martina lo único que le importaba era que le pagaran. Elena, una peruana, nunca hablaba. Doña Venus además de ayudar a hacer cuartos, trabajaba varias horas en la lavandería. La lavandera de planta faltaba de vez en cuando por que tenía que visitar a su esposo que estaba en la cárcel en otro estado.

Mike, esperaba sentado en la sala. Oyó que la puerta de enfrente se abría, entró el papá de Sara. Vio al gringo sentado con el vaso de agua de piña en la mano. Dejó su sombrero en el perchero y dijo:

- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Que se le ofrece señor.
- Mi llamo Mike, y soy amigo de su hija Sara.
- Mi hija no esta aquí señor, esta en el otro lado.
- Disculpe señor pero su hija y yo llegamos esta mañana.

De los demás empleados no había mucho que decir. Se entero que Mike, era esposo de la nazi. Mike cuidaba la piscina, cambiaba focos, destapaba los escusados, y cualquier otra cosa que requiera la sabiduría masculina. Mike era texano, cowboy de corazón, se había criado en una granja en el norte de Dallas.

Mike hablaba español por que de pequeño jugaba con los hijos de los peones.

- Señor Mike, puede venir a ver el baño del 413

Con su más puro acento texano contestó:

- ¿Qué pasa con el baño?
- Parece que no funciona.
- Ya subo.

El uniforme no era muy favorecedor, la camisola era amplia y el pantalón holgado, sin embargo Sara se las había arreglado para cortar un poco la camisola y ceñir el pantalón. Cuando llegó Mike al cuarto Sara terminaba la cama, inclinada sobre la cama dejaba ver en todo su esplendor su generoso trasero. Mike se quedó como hipnotizado. Sara sintió la pesada mirada y se levantó como un resorte.

Ninguno de los dos se pudieron reponer, ambos hablaban nerviosos e incómodos. La nazi tenía radar, había seguido al marido y lo encontró hablando con Sara. La nazi dijo algo en inglés, Mike contestó molesto. La nazi lo espero en la puerta hasta que terminara de destapar el baño.

Sara trataba de evitar al gringo, el gringo hacía lo mismo. La nazi con su radar perseguía al marido todo el día. De vez en cuando Mike y ella se cruzaban en alguno de los pasillos, no se miraban a la cara. La nazi de la nada aparecía y encontraba mil manchas, camas mal hechas, y toallas mal acomodadas en los cuartos de Sara.

Doña Venus, quien lo podía ver todo, le dijo a Sara.

- Niña, ¿quieres que te de un consejo?
- Díga, Doña.
- No te metas en líos, sabes por que te lo digo, ¿verdad?

Sara se quedó en silencio.

- Que mi hija ¿qué?
- Si señor regresamos esta mañana.
- ¿Quién es usted?, ¿Qué quiere usted con mi hija?
- Well...

El papá de Sara no lo dejó contestar y se le tiró al cuello, para ahorcarlo. El gringo dejó caer el vaso de agua de piña para defenderse. El papá de Sara gritaba: “Si le has puesto una mano encima a mi hija aquí te mueres gringo hijo de puta”

Sara y su mamá salieron del cuarto en cuanto escucharon la bulla. Sara saltó a separarlos y su madre gritaba: “Déjalo José, por favor José, no te comprometas”. En el forcejeo el papá de Sara le tiró un puñetazo a Mike que lo recibió Sara. Sara cayó al suelo todavía con su falda de florecitas. Todo se detuvo.

Sara tocó la puerta: “Housekeeping”, nadie contestó, abrió la puerta de prisa y se metió al baño, salió al pasillo a buscar toallas limpias, cuando regresó encontró a Mike dentro del cuarto. Él le puso la mano en la boca para que no gritara.

-Por favor no gritar, no voy a hacer nada.

Ella abría más los ojos, y sin decir nada el gringo le plantó un besó. Al principio Sara se resistió, no por mucho tiempo. Dejó caer las toallas al piso. Se separaron, Mike sin decir nada salió del cuarto, revisando que nadie estuviera en el pasillo.

Martina vió salir del cuarto a Mike, y corrió a encontrar a Sara.

- Ayy manita, te ligaste al gringo.

Sara estaba atónita, no podía creer lo que había pasado.

- Martina, por tu mamacita no digas nada, por que me voy a quedar sin chamba.
- No te apures, no digo nada.

Curiosamente los baños de los cuartos de Sara se descomponían frecuentemente. Coincidiendo con las juntas a las que tenía que asistir la nazi. Doña Venus estaría ocupada en la lavandería. Habían despedido a la lavandera no pudo regresar a tiempo de una de las visitas al marido.


En la cocina, la mamá de Sara le ponía hielo a la herida, se le había abierto el labio. El papá de Sara entre el coraje y la decepción había tomado su sombrero y se había vuelto a ir. El gringo no sabía que hacer, lo único que sabía es que la cocina de Doña Meche olía muy bien y a él ya se le estaba abriendo el apetito.

No se decían nada solamente se besaban y acariciaban. No habían hecho el amor todavía.

Después de un mes así Mike dijo:

- Sara necesito estar contigo. Pide el sábado libre te llevo a pasear.
- ¿Y que le vas a decir a tu mujer?
- Ella va a salir a Dakota a ver a su madre.


Comieron, la mamá de Sara veía como el gringo comía una tortilla tras la otra, cuando se terminaron las tortillas del canastito la señora dijo: “Joven, ¿quiere más tortillas?”, Mike con la boca llena asintió con la cabeza. En esa sentada Mike se comió un kilo y medio de tortillas.

Se hacía de noche y el papá de Sara no regresaba. Como a las 9 de la noche se oyó el cerrojo de la puerta. Don José se presentó. Los tres lo esperaban en la sala. Dejó el sombrero en el perchero. Se sentó en su sillón y se dirigió a Mike.

- ¿Señor tiene usted algo que decir?.
- Yo estoy muy apenado. Lo siento.
- Sara ... Meche déjenos solos. El Señor y yo tenemos que hablar.

Doña Meche se dirigió a su marido

- José dame la pistola por favor.
- Ya vete mujer, déjame en paz.
- Dame la pistola José.
- Que te vayas te digo.

El gringo sudaba. Las dos salieron de la sala, pero no despegaron la oreja de la puerta. Doña Meche sacó su rosario y le rezaba a la Santa Cruz para que José no le hiciera nada al gringo. Después de media hora. José llamó a Doña Meche.

- ¡Meche!

La señora volando salió del cuarto

- Prepárale al señor el cuartito, se va a quedar a dormir hoy.
- Sí, José.

Sara se queda con nosotros en nuestro cuarto.

A Doña Venus se le había ablandado de pronto el corazón y permitió que Sara faltara el Sábado, a condición que Caridad la cubriera y Sara viniera todos los fines de semana de los siguientes dos meses.

Mike pasó por ella al Mall, ella vestía una faldita floreada, una blusita de tirantes y llevaba unos zapatos y una bolsa de color rosa. Él se puso su camisa de cowboy, sus botas y su texana.

Se dirigían a San Pedrito el pueblo vecino. Se registraron en un hotel de cuatro estrellas con nombres falsos, pagaron en efectivo.

Hicieron el amor durante toda la tarde, pidieron pizza y miraron televisión en español.

Casi un mes había pasado desde el regreso de Sara, preparaban la boda. El gringo trabajaba con Don José en el puesto que tenían en el mercado. El gringo había resultado buen comerciante, vendían ropa. Las señoras no se podían resistir al acento del gringo y compraban lo que él les ofreciera.

Don José lo empezaba a apreciar. Aunque la parte pesada del trabajo todavía la hacía el gringo. Sara seguía durmiendo en un catre en el cuarto de sus papás. No habían hecho el amor desde el hotel de cuatro estrellas, la vigilancia de los padres de Sara era peor que la de la nazi.

Se hacía tarde.

- Mike, ya vamonos se nos va a hacer de noche y mañana tenemos que trabajar.
- Sara, I am in love with you.
- ¿Qué?
- Te quiero.
- No me digas nada, tú estas casado.
- I don´t want to go back.
- Yo tampoco pero trabajamos mañana.

Sara se quedó quieta cuando vio que lo que Mike decía era en serio.

Se quedaron en el hotel, sacaron $1 000 dólares de dos cajas automáticas. Mike le vendió su coche al gerente del hotel por $1 500, tuvieron que esperar hasta el Lunes para cerrar el trato.


Con lo que tenían puesto tomaron el camión que los llevaría lejos del hotel de cuatro estrellas, de San Pedrito, de la nazi entre otras cosas.


El dinero que trajeron de Estados Unidos lo utilizaron para comprar más mercancía, el gringo y Don José ya eran socios. La Boda la pagaría Don José, después de todo era su hija.

El vestido de Sara estaba lleno de vuelitos y encajes, llevaba una corona hecha de migajón con harta diamantina, lucía espléndida, al gringo lo vistieron de traje negro, se le veían los ojos más azules. El papel picado adornaba la calle, todo el pueblo estuvo invitado, no faltaron las viejas chismosas que hablaron de Sarita. Las primas de Sara ya planeaban irse para el otro lado. La música sonaba en toda la cuadra. Los niños corrían alrededor de las mesas. La gente espantaba a los perros a patadas. Todas las mujeres de la familia en la cocina ayudando a Doña Meche, quien no se aguantó y lloró en la Iglesia. Sirvieron mole y arroz rojo. El gringo, el más feliz en esa sentada se comió un kilo de tortillas con su mole.


Fabiola
Julio, 2004.



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